Con motivo de la celebración del Día Internacional del Teatro, desde Eskena hemos querido compartir nuestra opinión sobre la situación del teatro actual. ¡Feliz Día del Teatro hoy y siempre, treater@s!
Los ‘días mundiales de’ cubren todo el año, como un nuevo santoral laico, con toda la amplísima gama de nuestras preocupaciones. Hasta los gorriones tienen su propio día, que acaba de celebrarse este mismo mes de marzo. Los gorriones, que abarrotaban con sus trinos estridentes las alamedas de nuestra infancia, al parecer hoy son menos, un 10% menos (¿Respecto al año pasado? ¿A nuestra infancia?), y ese retroceso es fiel indicador del deterioro de nuestro medio.
También nosotros celebramos, desde hace 57 años, el Día Mundial del Teatro. ¿Somos menos? ¿Qué porcentaje? ¿Respecto a cuándo? Sea como sea, hoy, Día del Teatro, miles de voces, de artistas, técnicos y espectadores entablan en decenas de idiomas un mismo diálogo. Son (somos) cómplices de un ritual, el de las Artes Escénicas, que comenzó tejiendo historias de dioses y mitos y que, tres mil años después, permanece unido a lo humano y a su empeño por comprender y transformar(se). ‘El medio humano por definición’, refirió Camus.
Y esta reflexión anual se centra necesariamente en la relación entre teatro, arte y sociedad, tres realidades que siguen necesitándose para explicarse. Cualquiera de las tres perdería su esencia si las otras dos desaparecieran. De esta alianza habla el manifiesto escrito este año por el creador escénico Simon McBurney cuando afirma que “en un momento en que la diplomacia y la política tienen brazos terriblemente cortos y débiles, el delicado, pero a veces largo alcance del arte debe soportar la carga de mantener unida a la comunidad humana”.
Para tal misión, el teatro no está en crisis. Tampoco el teatro vasco, si nos fiamos de los trinos que, en los últimos años, llegan desde estas alamedas. No hay crisis en su diversidad narrativa y estética y este parece ser, además, uno de sus mejores momentos en términos de producción (número de títulos y funciones), pluralidad temática en sus propuestas y calidad de intérpretes y técnicos. ¿Vamos, afortunadamente, en la dirección opuesta a los gorriones o se trata un espejismo?
Si el Día del Teatro se celebrara la víspera de San Juan es cierto que no faltarían demonios que arrojar a la hoguera: las dificultades del mercado escénico (la exhibición, para que se entienda), la necesidad de un marco de protección laboral adecuado para el trabajo cultural o la búsqueda de nuevas vías para la financiación y la fiscalidad, por poner algún ejemplo. Pero entre todas las urgencias, una adquiere un protagonismo principal: el público. Aún más público. Nuevo público. Nuevos públicos. Más trinos en las alamedas.
En nuestra comunidad autónoma, las políticas sobre las Artes Escénicas han impulsado dos grandes movimientos. Uno ha desarrollado una tupida red de recintos escénicos de gestión municipal, agrupados bajo la marca Sarea, y que cubren ya la práctica totalidad de la geografía vasca. El otro ha articulado una línea de estímulo a la inversión privada de las compañías a través de ayudas a la producción escénica siempre insuficientes, pero que, aun así, han consolidado un tejido productivo capaz de afrontar retos cada vez más ambiciosos.
Es el momento de que estas dos grandes líneas converjan en la piedra de clave que sostiene esta cúpula: el público. Es tiempo de I+D+I sobre la relación que tenemos con nuestra audiencia, en una estrategia conjunta de agentes públicos y privados que pueda competir con la diversidad de los hábitos culturales de nuestros días, sobrecargados de estímulos en permanente agitación. Todo un desafío que implica reivindicar lo escénico como una opción significativa para el bienestar individual y el progreso de nuestra sociedad.
Para lograrlo es imprescindible trazar una estrategia plurianual que estimule las acciones locales y, a la vez, coordine con visión de país los tres territorios, implicando a todos los agentes, cada cual en su ámbito de actuación. Y este reto ha de ser asumido desde las Administraciones Públicas, puesto que la práctica totalidad de la exhibición escénica es pública y son ellas quienes disponen de las estructuras y recursos necesarios para liderar este tercer movimiento. A lo político incumbe la defensa del espacio público y de aquellos elementos que dan sentido a la vida social, entre los que están las Artes Escénicas.
Por supuesto, la seducción de los públicos es también empeño de lo privado. En una leyenda árabe que relata Rosa Montero, un mercader interroga al mendigo: “¿Qué hiciste con las monedas que te di? – Con una compré pan, para tener con qué vivir; con la otra compré una rosa, para tener por qué vivir”. En el sistema actual, a los creadores nos corresponde proponer los porqués (las rosas); a lo público, el acceso de la ciudadanía (los públicos) a los mismos. Y a todos, cooperar abiertamente para que ambas cosas sucedan. A todos llenar de trinos las ramas, como si fuéramos muchos más y más fuertes que nunca. Que se nos oiga a juntos, formando un único coro abigarrado. Un único guirigay que proclame que el Día del Teatro es todos los días, en vez de todos los años.